sábado, 28 de junio de 2008

La conquista del Estado

José Carlos Martín de la Hoz

Todavía predominan en algunos medios de comunicación en España miedos y acusaciones a la Iglesia como si fuera un grupo de presión político empeñado en dominar el Estado. Parecen olvidarse de los Pactos de Letrán de 1917, cuando con la consolidación del pequeño Estado de la ciudad del Vaticano, quedaron atrás definitivamente los riesgos del poder político. El Reino de Dios proclamado por Jesucristo mantiene su autonomía respecto a cualquier construcción política. La Iglesia actúa a un nivel más profundo: el de la Salvación. Eso sí, la Iglesia como experta en humanidad y depositaria del tesoro de la Revelación divina, puede y debe recordar a los hombres la verdad sobre el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a la eternidad.

Precisamente la acción social de los cristianos proclamada por el Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes recuerda que los cristianos corrientes están llamados a vivificar las estructuras temporales, colaborar con sus compatriotas en la construcción de una sociedad justa, pero alejados de mezclar la fe con cuestiones políticas. Vale la pena recordar algunas afirmaciones de Benedicto XVI en su obra sobre Jesús de Nazaret: "La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos" ( p.65).

A la vez, la fe cristiana compromete radicalmente, pues es un empeño de santidad lo que mueve al cristiano, y por tanto le mantiene movilizado a favor del propio hombre: "El Imperio cristiano o el papado mundano ya no son hoy una tentación, pero interpretar el cristianismo como una receta para el progreso y reconocer el bienestar común como la autentica finalidad de todas las religiones, también la cristiana, es la nueva forma de la misma tentación" (Ibid, p.68).

Por tanto, conviene recordar que no existen fórmulas políticas cristianas únicas: "Las formas jurídicas y sociales concretas, los ordenamientos políticos, ya no se fijan literalmente como un derecho sagrado para todos los tiempos y, por tanto para todos los pueblos"(Ibid, p.150). Es decir, Jesús da libertad al hombre para organizarse política y socialmente, el único límite es el derivado del propio ser: saltarse la naturaleza es autodestruirse.

La Iglesia recuerda que la conversión y la reforma comienzan por uno mismo. El mensaje de Jesús el día de la Ascensión fue claro: "id y predicad a todas las gentes"(Mt 28,8). Alma a alma, persona a persona, familia a familia. Para llevarles a la oración y a la conversión personal: "Puesto que ser hombre significa esencialmente relación con Dios, está claro que incluye también el hablar con Dios y el escuchar a Dios" (Ibid, p.161).

José Carlos Martín de la Hoz

Para leer más:

Benedicto XVI, (2007) Jesús de Nazaret, Barcelona, La esfera de los libros
Woods Jr., Thomas E. (2008) Por qué el Estados sí es el problema, Madrid, Ciudadela
Andrés-Gallego, J. (1999) La Iglesia en la España contemporánea, Madrid, Encuentro

Más novedades de Junio 2008

Como de costumbre os recomendamos algunos libros recientes.

Números, de Varo Pineda, Francisco

Amor a fuego lento, de Castillo, Gerardo

Desiertos de la luz, de Colinas, Antonio

Sin flores ni coronas, de Elina, Odette

Una mujer en Jerusalén, de Yehoshúa, Abraham B.

domingo, 22 de junio de 2008

Recomendaciones para junio 08


Okinawa. La última batalla, de Sloan, Bill

Los crímenes del número primo, de Calderón, Reyes

El todo en el fragmento, de Von Balthasar, Hans Urs

Muerte de tinta, de Funke, Cornelia

Pequeña Historia de España, de Fernández Álvarez, Manuel

viernes, 20 de junio de 2008

El epistolario de Flannery O'Connor

José Carlos Martín de la Hoz
El género literario Epistolario es ampliamente conocido en la historia de la literatura. También es muy apreciado como fuente, para realizar sólidas biografías, pues, en las cartas los autores expresan el fondo del alma, y más cuando se trata de escritores, que tienden, lógicamente, a pulir tanto sus escritos y libros que acaban por ocultarse. En cambio, las cartas, redactadas a vuela pluma, dejan libres los sentimientos, tienen el frescor de lo inmediato, están más cerca del corazón.
La lectura del epistolario de la escritora Flannery O’Connor, autora de varias novelas en los años 50, y fallecida con sólo 37 años, muestra una mujer con una profunda fe católica. Aquejada de un lupus, del que murió, su existencia parece limitada a una casa rural, pero realmente está abierta al mundo a través de los libros y revistas que lee y comenta. Sus cartas muestran un alma sensible, con una buena formación, de sencilla vida cristiana, pero bien enraizada: "Sin duda odio el lenguaje piadoso más que tu, porque yo creo en las realidades que oculta" (p.187). Dotada de un corazón grande, añade, con sencillez: "mis oraciones no son sentimentales, pero son constantes, por no decir tenaces, y rezo por ti" (p.182).
A través de la lectura de este epistolario se vislumbra el ambiente de los católicos de Estados Unidos en los años 50: los prejuicios a los que se enfrentan, las ilusiones y esperanzas, y también sus lecturas, gustos y aficiones: "Creo que la razón por la que tantos católicos son tan poco atractivos es que no tienen realmente fe, sino una especie de falsa certeza. Siguen una regla mecánica y para ellos la iglesia no es el Cuerpo de Cristo, sino el seguro de los pobres. Nunca les resulta difícil creer porque, de hecho, nunca reflexionan sobre ello" (p.189).
Su agradecimiento a Dios por la fe, es una constante en las cartas, aparece con naturalidad y muestra una gran seguridad: "Está en la naturaleza de la Iglesia superar todas las crisis, no importa cuán magullada quede. La Iglesia no puede ser identificada con la cultura occidental, y supongo que el naufragio de ésta no provoca en aquella una excesiva sensación de crisis. Ciertamente no tenemos teólogos de la crisis, pero en los países orientales hay muchos mártires, cuya sangre es más valiosa desde un punto de vista místico" (p.238).
Finalmente, con cierto sentido del humor y paciencia, la autora desgrana, interesantes comentarios acerca de las relaciones con otras confesiones religiosas, algo que, con el paso del tiempo, se fue haciendo más habitual en ella: "Una costumbre protestante es condenar a la Iglesia por ser autoritaria y luego culparla de no ser suficientemente autoritaria. Ponen objeciones a que no todos los católicos piensen lo mismo en política, pero que tengan las mismas creencias religiosas" (p. 271).
Un libro que vale la pena leer con paz y tranquilidad, saboreándolo. Sin duda deja una huella profunda y una oración por su alma.


José Carlos Martín de la Hoz

Para leer más:

O’Connor, Flannery (2004) El hábito de ser, Salamanca, Sígueme

jueves, 19 de junio de 2008

Educar la risa (y la mirada)

Consuelo Martínez-Priego

En esta época, en plenos exámenes de junio, una sonrisa, un chiste, un poco de humor, siempre se agradecen de modo especial. Sé que no son sinónimos los términos que acabo de señalar; precisamente por eso, hace unas semanas me aventuré a escribir algo sobre cada uno de ellos.

  • El humor es la manifestación de la libertad del hombre que puede superar los linderos de la lógica necesaria y lineal de la realidad.
  • La risa es su manifestación somática, en la que el hombre queda presa de un cierto "éxtasis" -salir de sí-, para quedar en cierto sentido, atrapado por lo sorprendente de la realidad considerada.
  • En la sonrisa hay un caer en la cuenta sin pérdida de control.
  • Un chiste es un "patinazo neuronal".
    Ahora bien, hay humor inteligente y humor "corto". Hay quien se sonríe porque está por encima de la necesidad de las cosas y quien lo hace porque está fuera de esa lógica… pero por defecto, no por exceso: hay quien "no se entera" y por eso se ríe. El humor implica un cierto hábito intelectual que mira desde arriba la linealidad necesaria, la imparable -desde sí- lógica. Por tratarse de un hábito, es un ver libre no exigible y que cuando se explica -intenta ser subsumido en la necesidad de la que se ha liberado- pierde toda la gracia que poseía.

Hasta aquí el texto de aquel día. Ahora añado algo más: hay humor zafio y humor cínico. Puesto que existen, y más de lo que me gustaría, conviene aproximarse un poco a ellos… para superarlos.

  • El humor zafio desconoce la dignidad de las realidades humanas y las trata como cosas, y las manipula haciendo violencia a su lógica natural. El humor zafio hace lineal y corto lo sistémico y rico.
  • El humor cínico mira desde arriba -como si el cínico estuviera arriba- las realidades de los hombres. El cínico es un ateo… o un teísta ególatra, al tomar las cosas de los demás hombres como pequeñas… frente a las propias –que él tiene por grandes y diversas-.
El cínico rompe la lógica natural de lo humano porque él se convierte en intérprete de todo lo humano. El zafio rompe la lógica natural de lo humano porque mira con parcialidad, con cortedad, fragmentariamente… porque es miope.

Y todo esto porque en esta época del año es bueno reír, es bueno el humor, porque es bueno lo humano, lo humano libre y grande; porque en esta época tendemos a ver el mundo pequeño, entre folios y libros… y el humor, el humor noble, inteligente, libre ayuda a verlo grande, amplio….

Consuelo Martínez Priego
Prof. de Antropología Filosófica

Para leer más:

MacEwan, Ian (2007) En las nubes, Barcelona, Anagrama
Ussía, Alfonso (2007) ¡Milagro! Se ha muerto mamá, Barcelona, Ediciones B
Archer, Jeffrey (2007) Casi culpables, Barcelona, Grijalbo
Durrell, Gerald, (2004) Un novio para mamá y otros relatos, Barcelona, Alianza

Calvino y la política

José Carlos Martín de la Hoz

En su reciente trabajo, Michael Walzer, matiza las relaciones entre el calvinismo y la política. Para ello comienza por explicar como en el siglo XVI la actividad de los calvinistas en Ginebra, se fue trasladando a Francia y a Inglaterra, adoptando nuevas modalidades aunque con un fondo común. La clave de la cuestión era la entrada en la Comunidad. Eso les constituía en elegidos, o como les llama Walzer, en santos, en predestinados. Ellos mismos se sentían llamados a la construcción de un nuevo orden social y político: “La Iglesia calvinista era una organización inclusiva de cristianos que hacen profesión de fe, santos e hipócritas por igual, gobernados por un comité selecto de ministros y laicos” (p.67).

Calvino llevó a cabo una organización que sustituyera a Roma, con un método férreo: “De manera similar, a aquellos a quienes la Iglesia admitía en la comunión, se les advertía sobre su salvación final. Pero eran santos de este mundo y cosechaban, por lo tanto, recompensas inmediatas por sus vidas y costumbres piadosas. Estos eran los que vigilaban e investigaban y castigaban a los otros” (p.68).

Así comenzó una fuerza política independiente de las monarquías, algo que no habían previsto ni Lutero, ni Maquiavelo, ni Felipe II. Como demuestra Walzer: “Fueron los calvinistas los primeros que desplazaron el énfasis del pensamiento político del príncipe al santo (o a la banda de santos) y que, luego, construyeron una justificación teológica para la acción política” (p.16).
La clave de la cuestión fue el concepto de trabajo que pusieron en marcha: “El diligente activismo de los santos –ginebrinos, hugonotes, holandeses, escoceses y puritanos- indicó que la política se había transformado en trabajo y reveló, por primera vez, la conciencia extraordinaria que dirigía el trabajo” (p.16). Respecto a la relación entre el calvinismo y el capitalismo: “la fe de los hermanos, con su énfasis en el esfuerzo metódico y el autocontrol, fue una preparación admirable para el trabajo sistemático en negocios, oficinas y fábricas” (p.320).

De hecho para poder transformarse en santo y poder ser elegido por Dios para ser salvado era preciso trabajar: “El trabajo era una prueba para la cual los hombres debían presentarse por propia voluntad; no presentarse voluntariamente era evidencia de que no habían sido llamados” (p.234). Efectivamente, demuestra Walzer, son contemporáneos, en el origen, el liberalismo y el puritanismo inglés, pero son caminos divergentes, aunque coincidan en algunos principios. Por eso dirá Walzer: “El calvinismo no está relacionado con la modernidad, sino con la modernización, es decir, mucho más significativamente con el proceso que con su resultado” (p.33). Y, un poco más adelante concluye: “El calvinismo no fue una ideología liberal, si bien la vida congregacional fue, sin duda, un entrenamiento para el autogobierno y la participación democrática”. (p.318).

José Carlos Martín de la Hoz

Para leer más:

Walzer, Michael (2008) La revolución de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical, Madrid, Katz,

miércoles, 18 de junio de 2008

La discreción de María

Ángel Cabrero Ugarte

Aprendemos muchas cosas del repaso del evangelio. Bien sabemos que tiene muchas lecturas, de distinto nivel de atención o conocimientos. Un aspecto muy concreto en el que me gusta fijarme es en la discreción de la Virgen. Pongámonos en situación: una mujer muy joven, que vive en una aldea perdida, muy pobre, que está desposada pero todavía no casada, y que de pronto se encuentra con que va a ser la Madre de Dios. Supongamos que no tiene una idea totalmente formada de quien es ese hijo que va a nacer, pero sí sabe, a ciencia cierta, que está embarazada y que no ha sido por obra de varón. ¡Y no se lo dice a nadie! Ni a José.

Podemos pensar en la tendencia tan tremenda que existe en nuestro ambiente al cotilleo, a dar la noticia cuanto antes, a contarlo todo, incluso hinchando un poco el contenido de la novedad. Un deseo de contar basado en buena medida en la vanidad de darme importancia. “Yo me he enterado de esto” y tengo que decirlo cuanto antes. O sea, un afán inútil de novedades.

María va visitar a su prima Isabel para ayudarla, y se encuentra con que ella conoce la noticia. Se sorprende y no se le ocurre más que un canto de humildad: “Porque vio la humildad de su esclava, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Y de ahí no pasa. No trasciende entre los vecinos de Isabel, que sí están maravillados por los hechos poco normales que rodean el nacimiento de Juan el Bautista. Pero María se mantiene en el anonimato, compartiendo su alegría y su secreto sólo con su prima.

¡Qué afán el nuestro de contar, de decir, de marcarnos el farol! De narrar la última sobre el vecino del 6º que es un poco extravagante. Comunicar antes que nadie las mejoras que se van a realizar en el barrio, o los cambios de los jefes en el trabajo. Y si me quitan la primicia me molesta. Nos estamos contagiando de la carrera mediática por ofrecer la última en cualquier campo, aún a costa de la inoportunidad o incluso de hacer daño a terceros.

María conoce la noticia más grande que han celebrado los tiempos y “guardaba todas estas cosas en su corazón” como nos dice San Lucas. ¿Es posible una actitud más distante a la nuestra con tanto afán de correveidile? Tanto deseo de notoriedad en contraste con la humildad de María, que es la más perfecta de las criaturas, la madre de Dios.

No digamos ya cuando se trata de criticar, de murmurar, de calumniar. Pensamos que somos tan listos y tenemos tantos datos que estamos en condiciones de enjuiciar a todo el mundo, cuando en realidad no sabemos casi nada. Ante la duda nos quejamos de cómo hacen las cosas los demás, murmurando en los pasillos en los descansos del trabajo, en las reuniones de vecinos. Y lo que es más terrible, calumniamos para dejar mal a alguien, para hacer daño, para quedar por encima.

Como todas las virtudes, la discreción exige esfuerzo y lucha, y se aprende poco a poco, pero hay que empezar por tener clara su conveniencia. Para ello no nos vendrá mal fijarnos más en aquella que tenía la gran noticia y no la contó nunca.

Ángel Cabrero Ugarte

Radio Intereconomía, 20 de junio de 2008, 20,25 horas.
Para leer más:

Lewis, C.S. (1998) El perdón y otros ensayos cristianos, Barcelona, Andrés Bello
Benedicto XVI (2006) Deus caritas est, Madrid, Palabra
Pieper, Josef (2003) Las virtudes fundamentales, Madrid, Rialp
Martí García, Miguel Ángel (2001) La tolerancia, Pamplona, Eiunsa

viernes, 13 de junio de 2008

León Tolstoi, "Confesión"


En junio hablaremos de:

Confesión”, León Tolstoi
Editorial Acantilado, 2008

«Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado», escribía el autor de Guerra y paz en el cenit de su vida, cuando había alcanzado con sus libros riqueza y celebridad mundial. La desazón profunda que se apodera de Tolstói parece conducirlo inexorablemente hacia el suicidio. Comienza así una búsqueda existencial desesperada que pronto agotará las posibilidades ofrecidas por su siglo a los hombres de su condición.

En un escrito breve Tolstoi expone con maestría todo su itinerario existencial de ida y vuelta, un itinerario que será el de tantos personajes de su época y también de la nuestra.
03-06-2008