martes, 26 de agosto de 2008

El Modernismo

José Carlos Martín de la Hoz

Han transcurrido 100 años de la Publicación de la Encíclica Pascendi con la que San Pio X atajó el modernismo. En el volumen colectivo editado por la Universidad de Navarra se recogen los datos fundamentales de aquél problema. Como recoge el Prof. Santiago Casas en la introducción: "la Encíclica Pascendi (1907) desautorizaba definitivamente una corriente de opinión dentro de la Iglesia que, desde 1890, se había abierto camino entre muchos intelectuales católicos, sobre todo en la exégesis bíblica y en la crítica histórica. La misma encíclica definió y dio cuerpo a una doctrina que, por lábil y etérea, parecía escaparse a las cosificaciones" (p.11).

Evidentemente, la aplicación fue beneficiosa pero dolorosa. Como señala un poco más adelante señala Casas: "La cuestión bíblica (deudora en particular de la crítica histórica) provocó un reguero de disposiciones oficiales que, en la práctica, dificultaron el desarrollo de la exégesis bíblica hasta, prácticamente, la Divino Aflante Spiritu (1943). Fue el efecto perverso, por así decir, de unas disposiciones de la Santa Sede, todas ellas muy bien intencionadas, y muy meditadas y prudentes" (p.13).

La cuestión nuclear la desarrolla acertadamente el Prof. Izquierdo: se trata de la filosofía de fondo de los modernistas: "En cuanto filósofo, el punto de partida es el agnosticismo: no es posible conocer la verdad porque la razón humana, encerrada rigurosamente en el círculo de los fenómenos, es decir de las cosas que aparecen, y tales ni más ni menos como aparecen, no posee facultad ni derecho de franquear los límites de aquéllas. Como consecuencia no es posible el conocimiento natural de Dios" (p.53). Y, respecto a la Escritura, el modernista, en palabras de Izquierdo: "En realidad, los libros sagrados son una colección de las experiencias religiosas más elevadas, y la inspiración divina no es sino la necesidad que el creyente siente de manifestar su propia fe" (p.55). Finalmente, recoge el Prof. Izquierdo la respuesta al problema de la historia que se planteó en el modernismo: "En el caso del conocimiento histórico, la tradición acompaña al método histórico-crítico, que es sensible, sobre todo, al reflejo positivo de los hechos de la historia, al cual permite llegar mucho más a fondo en el conocimiento de la realidad histórica de la que los hechos son solamente una manifestación" (p.75).

En la aportación del Prof. Bedouellet, se recoge un texto publicado por Loaysi, uno de los pensadores que provocaron la Pascendi, 30 años después: "Mis propuestas no eran compatibles con la concepción escolástica de los dogmas. Con la divinidad absoluta de Jesús. No eran sostenibles sino en una teoría relativista de la creencia religiosa y de la inmanencia de Dios en la humanidad" (p.164).

Finalmente, el Prof. Saranyana, en la conclusión de esta obra, señala lo siguiente: "El modernismo teológico no fue un intento de abrir vías de diálogo a la Iglesia con la edad moderna (es decir, con la vida política y con el progreso científico), sino, por el contrario, un intento de transformación de la Iglesia para que ésta se adecuase al mundo moderno" (p.304).

José Carlos Martín de la Hoz

Santiago CASAS (ed), El modernismo a la vuelta de un siglo, ed. Eunsa, Pamplona 2008, 316 pp.

domingo, 24 de agosto de 2008

Para entender algo de economía

En estos momentos en que la economía es una preocupación nacional puede ser un buen momento para introducirse en los conceptos básicos de la ciencia económica y sus diferentes enfoques, de marcado carácter ético. Hemos hecho una selección de libros de empresa y de economía que permiten calibrar el estado de la cuestión, siempre pensando en la divulgación más que en el texto científico.


Antropología del capitalismo, de Termes, Rafael


Tonterías Económicas, de Rodríguez Braun, Carlos


Economía en una lección, de Hazlitt, Henry


Por qué el Estado sí es el problema, de Woods Jr., Thomas E.


Guía políticamente incorrecta del calentamiento global, de Horner, Christopher C.

sábado, 23 de agosto de 2008

El monacato

José Carlos Martín de la Hoz

El reciente y documentado trabajo de Antonio Linage sobre el monacato, pone de relieve la importancia y la trascendencia de esa benemérita institución que perdura con muchos frutos en nuestros días. En cuanto a los orígenes inmediatos del monaquismo, se han dado muchas interpretaciones. Para los historiadores de la espiritualidad, sus raíces están en la Sagrada Escritura, en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia y, en último caso, en el impulso del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y mueve a los cristianos a la búsqueda de la santidad.

Por una parte, convendría resaltar el elemento dinamizador y de tensión espiritual que supusieron las persecuciones. Las huidas provocadas por esas persecuciones, hicieron a algunos descubrir en el desierto su camino para encontrar a Dios. Así interpretó San Jerónimo la vocación eremítica de San Pablo de Tebas, que se refugió en el desierto en tiempos de la persecución de Decio (hacia el 250). Además, el recuerdo de las persecuciones y la doctrina de los Padres sobre el martirio influyeron también en el deseo de ser mártires incruentos.

Por otra parte, al cesar las persecuciones, por la paz de Constantino (313), la Iglesia recibió miles de fieles en poco tiempo. Eso hizo que, en algunos lugares, se perdiera fuerza espiritual en la transmisión del mensaje y profundidad en la catequesis. Esta caída de tensión espiritual la resume Orígenes con toda claridad: "en aquél entonces había pocos creyentes, pero eran creyentes verdaderos, que seguían el camino estrecho que conduce a la vida. Ahora son muchos, pero como los elegidos son pocos, pocos son los dignos de elección y de la bienaventuranza". Por otra parte el siglo III fue un periodo de crímenes y de corrupción moral, con gran burocracia, tiranía -decadencia del Imperio- y, frente a ello, el recuerdo de la primitiva comunidad de Jerusalén de la que atraía su fe inquebrantable y su santidad de vida. Con el paso de los años empezó a hablarse de la necesidad de una vuelta a los orígenes, de la necesidad de una Iglesia santa. Esta sería otra de las raíces del auge del monaquismo.

Ante la abrumadora cifra de miles de cristianos que siguieron este camino, se han levantado voces acerca de la veracidad de esas vocaciones, y de si pudieron influir en ellas causas económicas, huída de responsabilidades y problemas. Es claro que el tiempo y el rigor de esa vida nueva, lejos de toda comodidad, pondría a prueba prontamente esas vocaciones y que sólo los que contaron con la gracia de Dios, y correspondieron a ella perseverarían.

Además, conviene resaltar que los primeros monjes no tenían sensación de ser especiales, ni mejores que los cristianos que se quedaban en el mundo. Por eso comenta el Profesor Pablo Maroto: "no había dos vocaciones diversas, dos caminos de santidad en sentido riguroso, una para los monjes y otra para los laicos, sino que la perfección es única: la del Evangelio. Los monjes son los que se han mantenido fieles al ideal evangélico y para ello habían tenido que rodearlo de estructuras. No obstante, un grave riesgo amenazaba la espiritualidad cristiana: considerar a los monjes -y sólo a ellos- constituidos en un estado de perfección".

José Carlos Martín de la Hoz

Linage Conde, Antonio (2007) La vida cotidiana de los monjes de la Edad Media, Madrid, Universidad Complutense,

miércoles, 20 de agosto de 2008

Eckhart y la divulgación de la santidad

José Carlos Martín de la Hoz

En el transcurso de los siglos se ha planteado el problema, de hasta donde se puede pedir santidad a los cristianos. Es decir si todos están o no llamados a la vida mística. La respuesta del Catecismo de la Iglesia Católica es clara y resuelve una cuestión ampliamente debatida: todos están llamados a la plenitud del amor y de la mística: "El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama ‘mística’, porque participa en el misterio de Cristo mediante los sacramentos –‘los santos misterios’- y, en él, en el misterio de la Santa Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con él, aunque gracias especiales o signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para así manifestar el don gratuito hecho a todos" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2014).

Un capítulo de esa historia es la vida del Maestro Eckhart (1260-1328). En los años 1311-1312 el Concilio de Vienne comienza una investigación acerca de la vida espiritual de miles de hombres y mujeres, conocidos como beginas y begardos, que si votos ni reglas están buscando la santidad en el corazón de la Renania. Paralelamente otro movimiento, este sí herético, los hermanos del Libre Espíritu, es condenado y perseguido en 1322, por oponerse a los Sacramentos y a la mediación de la Iglesia para la santificación.

Para Eckhart y sus discípulos Cristo y la Iglesia son el único camino para alcanzar la santidad. Como dice Alain de Libera: "Eckhart y sus discípulos sólo repiten la tesis tomista según la que, por encima del modo común por el que Dios existe en todo por esencia, su potencia y su presencia, existe un modo especial, propio de la criatura razonable, en virtud del cual ‘Dios no sólo existe en ella como lo conocido en lo conociente y el amado en el amante, sisino que ‘habita en ella como en su templo’"(p.23).

Eckhart predicó al pueblo sencillo y lo lanzó a la búsqueda de la vida de unión con Dios sin rechazar ninguna de las prácticas espirituales comunes, vida sacramental, etc. Predicaba abiertamente la radicalidad de la humildad y del desprendimiento interior. El fruto de la nada, es la santidad.

En un momento difícil, donde por parte de la Jerarquía eclesiástica se pedía moderación en la predicación al pueblo para no exponer doctrinas sutiles y prácticas más adecuadas para personas ya formadas intelectualmente, se puede entender el proceso y absolución de Eckhart que sometió sus escritos a la Iglesia. Pero también que esa intensidad mística del Maestro pasara a sus discípulos y quedara sintetizado en el Kempis, manual durante siglos para la vida espiritual de los cristianos.



José Carlos Martín de la Hoz



Libera, Alain de (1999) Eckhart, Suso, Tauler y la divinización del hombre, Barcelona La Aventura interior

martes, 19 de agosto de 2008

Recién salidos del horno (agosto 08)

Criados y doncellas, de Compton-Burnett, Ivy

Claus y Lucas, de Kristof, Agota

Girasol, de Krúdy, Gyula

Llenos de vida, de Fante, John

El sol de la nieve, de Díez, Luis Mateo

jueves, 14 de agosto de 2008

La Reforma de la Iglesia

José Carlos Martín de la Hoz

Los grandes reformadores de la Iglesia Católica han sido los santos. Ellos han tenido la virtualidad, en cada etapa de la historia, de ser instrumentos de Dios para avivar el tesoro de la fe y difundirlo en el mundo.

Pasados los años, el Profesor Rodríguez en su último trabajo, realiza un lúcido análisis de la Encíclica Eclesiam Suam de Pablo VI. Así señala: "La reforma de la Iglesia. He aquí un viejo tema de reflexión cristiana, tan antiguo como la Iglesia misma. Podría decirse que es algo constitutivo de la vida eclesial. Y es que la tensión connatural de la Iglesia es radicalmente su propia reforma, es decir el esfuerzo constante y siempre inacabado para que sus formas históricas correspondan a la forma divina. ‘Este es –dice Pablo VI-el gran problema moral que domina la vida entera de la Iglesia’ (Eclesiam Suam, n.14). Es pues, perfectamente católico, el axioma Eclesia semper reformanda"(p.26). La Iglesia y los cristianos siempre estamos en tiempos reconversión y de mejora.

Poco después, el Profesor Rodríguez, subraya una cuestión de gran actualidad, la unión entre Tradición, Escritura y Magisterio de la Iglesia, para citar unas palabras de Pablo VI, llenas de una verdad consoladora: "Esta convicción y la certeza formidable de poseer en el gran patrimonio de verdades y costumbres que caracterizan a la Iglesia Católica, tal cual hoy es, la herencia intacta y viva en la tradición originaria apostólica" (Pablo VI. Eclesiam Suam n.17).

Finalmente, vuelve al tema de la perenne novedad del Evangelio, recogiendo palabras de Pablo VI, que después de cuarenta años, siguen siendo claras: "La Iglesia volverá a hallar sus renaciente juventud, no tanto cambiando sus leyes exteriores cuanto poniendo interiormente su espíritu en actitud de obedecer a Cristo…, aquí está el secreto de su renovación, aquí su metanoia, aquí su ejercicio de perfección" (Pablo VI. Eclesiam Suam n.20).

El eje central de este trabajo de Pedro Rodríguez es la Iglesia, y dentro de ella la muchedumbre de cristianos de toda clase y condición. En ese sentido, recuerda que el bautismo incorpora al cristiano a la Iglesia de un modo pleno y entitativo. Es un cambio radical y profundo. Afecta al ser. Por eso la llamada a la santidad, a la plenitud del amor, no tiene límites y es una tarea siempre nueva. Es independiente de las circunstancias concretas de cada persona. De ahí que señale: "El misterio cristiano es, en efecto, una cuestión ontológica antes que ascética y psicológica" (p.117).

Y, poco después, añadirá: "El ejercicio del sacerdocio común consiste primariamente en la santificación cotidiana de la vida real y concreta" (p.127). Una santidad que implica dialogar con el mundo, en eso consiste la misión apostólica: "Urgencia apostólica, fruto de la vida de fe, que lleva a escuchar a los demás, a tratar de comprenderles y a comunicarles con toda lealtad y convicción el tesoro del cristianismo. Este es el verdadero diálogo" (p.33).

Para leer más:

Rodríguez, Pedro (2007) La Iglesia: misterio y misión. Diez lecciones sobre la Eclesiología del Concilio Vaticano II, Madrid, Cristiandad

Benedicto XVI (2007) La Iglesia, rostro de Cristo, Madrid, Cristiandad


miércoles, 13 de agosto de 2008

Libros frescos para un verano caluroso

¡Qué gran tema para... leer!

Para el que está a la orilla del mar, leer alguna de las múltiples aventuras marinas que se han escrito es parte del ambiente. Y los que estamos tierra adentro podemos al menos refrescarnos la imaginación. Sugerimos algunos títulos clásicos de batallas y aventuras marinas para ocupar este tiempo de descanso.

El comodoro, de O'Brian, Patrick

Moby Dick, de Melville, Herman

El lobo de mar, de London, Jack

Cuentos de los mares del sur, de Stevenson, Robert Louis

Peligro en el mar, de Ibarrola, Begoña

martes, 12 de agosto de 2008

Caro Baroja y el anticlericalismo

José Carlos Martín de la Hoz

Julio Caro Baroja (1914-1995), eminente historiador y etnógrafo, fue publicando en los años ochenta breves artículos y colaboraciones en proyectos de investigación relacionados con la historia del anticlericalismo español. Ahora, reunidos en un solo volumen es más fácil volver sobre ellos y extraer las enseñanzas que contienen.

Evidentemente las páginas más brillantes de este trabajo se concentran en los capítulos dedicados al siglo XIX. Es, en esa época, cuando eclosiona un anticlericalismo dañino, rabioso, lleno de odios y malquerencias, que derivará en la irreligión y en la destrucción del patrimonio artístico y religioso, incendios, asesinatos y violencias, que fueron apareciendo en ese siglo y estallaron, finalmente, en el siglo XX durante la República y la Guerra Civil española.
Volviendo atrás, a los orígenes, conviene reseñar, por lúcidas, estas palabras de Caro Baroja: "Los cargos clásicos del pueblo contra el clero se refieren a la falta de relación entre su conducta y la que se debía tener"(p.57). Este es el significado profundo del solemne acto de purificación de la memoria llevado a cabo por Juan Pablo II el 12 de marzo del 2000 en la Basílica de san Pedro, dentro de los actos del jubileo del final del milenio, que él mismo evoca en su Carta Apostólica Nuevo Millenio Ineunte: "¿Cómo olvidar la conmovedora Liturgia del 12 de marzo de 2000, en la cual yo mismo, en la Basílica de san Pedro, fijando la mirada en Cristo Crucificado, me he hecho portavoz de la Iglesia pidiendo perdón por el pecado de tantos hijos suyos? Esta purificación de la memoria ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el futuro, haciéndonos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al Evangelio" (n.6).

Caro Baroja, señala también, un poco más adelante, con acierto, lo siguiente: "Los frailes mientras ha durado una concepción del mundo teológica, eran los representantes, malos en muchas ocasiones, pero los representantes al fin, de la Santa Madre Iglesia. Y la clásica dualidad entre su conducta no perfecta y la perfección absoluta de lo que representaban, explica el que los pecados particulares no afectan al conjunto"(p.77). Esta es la cuestión: la Iglesia es santa, por su origen, por su Fundador, por su doctrina y por sus frutos, pero los cristianos no lo son, mientras viven. En ese sentido la fe del pueblo cristiano ha sido grande a lo largo de la historia, para superar las miserias del clero y llegar a la raíz del mensaje de la Revelación obrada por Jesucristo y entregada a la Iglesia, generación a generación, hasta el día de hoy.

Pero, muchas veces, se ha confundido al clero con la Iglesia, y esto ha producido escándalo y defecciones, como también admiración y conversiones. Por eso el reto perenne para los cristianos es la santidad de vida. Un reto y una responsabilidad, que requieren constantes conversiones y rectificaciones, para que la conducta se adecue al Evangelio que hemos recibido.

José Carlos Martín de la Hoz

Para leer más:

Caro Baroja, Julio (2008) Historia del anticlericalismo español, Madrid, Caro Raggio
Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte, Roma 6-I-2001.

domingo, 10 de agosto de 2008

Interdisciplinariedad

José Carlos Martín de la Hoz


El interesante trabajo colectivo sobre el pecado en la Edad Media, publicado por ediciones Sílex, pone de manifiesto la necesidad de los estudios interdisciplinares y, más en concreto, la necesidad de trabajar al unísono los historiadores de la Iglesia y los historiadores civiles.

Llama la atención que tratándose de un tema de historia de la Iglesia, no haya participado ningún historiador de la Iglesia. En ese sentido la mejor aportación del volumen corre a cargo del Prof. Emilio Mitre, buen conocedor de la historia de la Iglesia por sus trabajos sobre la herejía medieval, etc.,

A lo largo del trabajo se hecha en falta mayor rigor científico para abordar los temas teológicos y hay burdas simplificaciones de la historia de la teología. Afirmaciones peregrinas que dan rubor leer, por ejemplo: "Es preciso indicar, en primer lugar que el pecado contra natura es una invención de la Edad Media en la fase central de su historia"(114). La autora no ha leído ni el Antiguo Testamento, ni las Cartas de San Pablo. También resulta llamativa la siguiente afirmación: "La confesión se asienta en el siglo XII" (190). Y, finalmente, otra: "En el ámbito cristiano el Infierno tiene sus bases en tres textos del Nuevo Testamento que narran el descenso de Cristo a los Infiernos, visiones que se vulgarizaron gracias al Evangelio apócrifo de Nicodemo" (p.380). Como si no existiera la literatura cristiana de los primeros siglos, el Pastor de Hermas o las cartas de San Ignacio de Antioquia o el resto del Antiguo y el Nuevo Testamento.

En muy pocos trabajos se alude a Las Fuentes de los catecismos, de los confesonarios, de los tratados de sacramentos, así como a las catequesis de los Padres de la Iglesia. Si se habla de un tema teológico lo mínimo es aplicar el rigor científico. No bastan unas citas de Santo Tomás o de conocidos autores franceses

Lo más penoso en la historia son las premisas previas, los prejuicios. La prof. Cristina Segura lo muestra con sencillez: "Mi hipótesis de partida es que, por el contrario, en la Iglesia cristiana medieval había actos de las mujeres que eran considerados como pecados; mientras que los mismos actos cometidos por los hombres no tenían esta misma calificación" (209). Y seguidamente añade con asombrosa falsedad, hablando de los hombres: "quienes acudían a la mancebía no eran pecadores" (222). Basta con leer toda la literatura patrística, por no decir la Sagrada Escritura, para comprobar que siempre fue pecado, para hombres y mujeres, la fornicación fuera del matrimonio. El colmo es cuando habla de la excomunión por adulterio (223). Finalmente, una cosa es no tener fe y otra juzgar con coordenadas modernas. Baste un ejemplo: "Si la noción de pecado permite este análisis trasversal, especialmente en la Edad Media, pues es en esta fase histórica cuando arraiga la idea de pecado y se suma a los mecanismos punitivos de control y de disciplina" (113).

José Carlos Martín de la Hoz

Para leer más:

Carrasco Manchado Ana Isabel (coord), (2008) Pecar en la Edad Media, Madrid Silex,
Sánchez Herrero, José (2006) Historia de la Iglesia. II: Edad Media, Madrid, BAC, colección Spientia fidei. Serie de Manuales de Teología.

jueves, 7 de agosto de 2008

Pedro Antonio Urbina

Luis Ramoneda Molins

El pasado 31 de julio, falleció en Madrid Pedro Antoni Urbina, que había nacido en Llucmajor (Baleares), en 1936. En abril, acudió a la última tertula literaria de las que celebrábamos en su estudio. Poco después, le diagnosticaron una enfermedad incurable. Ha muerto como vivió, con serenidad, con abandono en Dios y rodeado de tantos que lo queríamos y que estamos en deuda con él. Porque Pedro Antonio escuchaba y procuraba ayudar a todos, con sus sabios y exigentes consejos, fruto de su profunda formación filosófica, teológica y humanista.

Pedro Antonio era un escritor de verdad, riguroso en su trabajo, coherente con sus planteamientos éticos y estéticos. Ha cultivado casi todos los géneros: novela, poesía, teatro, biografía y ensayo, pero esa variedad en los modos de expresarse manifiesta una gran unidad y coherencia. Podría decirse que la obra literaria de Urbina es un compromiso radical con la belleza hacia el encuentro con la Belleza. Lo expresa con hondura en su ensayo "Filocalía o el amor a la belleza", pero también en sus novelas, entre las que destacaría "Cena desnuda", "El carromato del circo", "La página perdida", "La otra gente" (relatos) y, sobre todo, "Gorrión solitario en el tejado", una de las novelas simbólicas más importantes de la literatura española del siglo veinte, en mi opinión.

Su poesía es música, metáforas bellísimas, palabra y silencio, porque se trata de poemas en que lo que se manifiesta y lo que se insinúa andan a la par, en los que se refleja la extraordinaria sensibilidad de su autor, especialmente en su contemplación trascendida de la naturaleza. "Los doce cantos", "Estaciones cotidianas", "La Rama", "Hojas y sombras", "Las edades como un dardo", "Algún interminable mérito" son algunos de los títulos. También ha escrito libros para niños, varias biografías, entre las que destacan "Jesús, el Hijo de María" y "David, el rey". Otro ensayo importante es "Actitud modernista de Juan Ramón Jiménez", resultado de unas clases impartidas en Berkeley en 1992.

La obra de Pedro Antonio es minoritaria, exigente, y quizá por esto no muy conocida. Pienso que el tiempo pondrá las cosas en su sitio y que será valorada y estudiada como merece. De momento, invito a leerla y agradezco a Dios la amistad que hemos compartido.

Luis Ramoneda, escritor


Para leer más:

Gorrión solitario en el tejado
David, el Rey
La otra gente
Web de P.A. Urbina

martes, 5 de agosto de 2008

Tradición y Escritura

Por: José Carlos Martín de la Hoz

El Tesoro de la Revelación entregado por Dios a la Iglesia Católica es vivo y operativo, no ha sido entregado al hombre como una piedra. El sentido literal de la Escritura es importante, pero leído en la Iglesia en la Tradición de los Santos Padres. Más importante es el sentido espiritual; es como una semilla que produce un árbol y ese árbol frutos, y esos frutos nuevas semillas. Cada generación, recibe así la Verdad viva y la trasmite a la siguiente generación.

De hecho, la historia de la espiritualidad muestra que, por su íntima unión con Dios, los santos han visto profundidades que están más allá de la palabra.

Pronto, en la historia de la Iglesia se dio el encuentro con la filosofía. La Filosofía griega se acercó a la fe y entró en diálogo con la Revelación, para ser fecundada por ella. Para penetrar en el Misterio, pues si no hay misterio no hay religión; Dios es trascendente y maravillosamente rico. Ese episodio no es esporádico, es habitual en cada etapa de la historia y en cualquier filosofía. Repasemos el pensamiento de Blondel en el siglo XIX, en su diálogo con el Racionalismo.

Así decía Blondel: "Para afrontar correctamente la cuestión de la presencia de lo sobrenatural y su conocimiento por la historia, es preciso acudir a la noción de desarrollo (…). La primera expresión de una verdad divina, por cercana que esté a los hechos, es plena, pero menos clara que los desarrollos ulteriores" (p.28).

En la concepción cristiana de los orígenes de la Iglesia, se da una perfecta armonía entre Escritura, Tradición e Iglesia. Así lo expresaba Blondel: "Un proceso progresivo y sintético que concentra todos los haces de luz proyectados por la conciencia cristiana en el curso de las edades. Si, ésta es una hoguera que crece sin cesar y que imita, por su calor y su brillo indefinidos, la infinita riqueza de Dios, revelado y siempre oculto, oculto y siempre revelado. Éste es el sentido profundo por el que el Evangelio no es nada sin la Iglesia; la enseñanza de las Escrituras nada sin la vida de la cristiandad; la exégesis nada sin la tradición"(p.36).

En el mismo sentido se expresa también el Prof. Illanes: "Toda filosofía y toda Teología de la historia desembocan, directa y connaturalmente, en una espiritualidad o en una mística de la acción"( p.13).

Finalmente, conviene recordar que el paso del tiempo de oración es clarificador, profundizador, para Blondel: "Este poder conservador (de la Tradición) es al mismo tiempo conquistador, que descubre y formula verdades de las que vivió el pasado, sin haberlas podido enunciar o definir explícitamente, y que enriquece el patrimonio intelectual y hace fructificar el depósito total"(p.56).

José Carlos Martín de la Hoz

Para leer más:

Maurice BLONDEL, Historia y Dogma, ed. Cristiandad, Madrid 2004
José Luis ILLANES, Historia y sentido. Estudios de Teología de la historia, ed. Rialp, Madrid 1997