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viernes, 12 de septiembre de 2008

Los Gnósticos

José Carlos Martín de la Hoz

Ediciones Trotta acaba de publicar el segundo volumen de escritos gnosticos. El texto ha sido preparado por Francisco García Bazán. Con este trabajo queda completa la edición de los textos Apócrifos del Evangelio en donde apoyaban sus teorías Simón el Mago, Basílides, Valentín, Marción, etc. Cómo es sabido, la herejía gnóstica surgió con gran fuerza en el siglo II, perdurando en múltiples formas hasta el siglo IV. Sintéticamente se trataba de una tergiversación del Evangelio mezclándolo con teorías filosóficas.

Es interesante releer el extenso trabajo de San Ireneo de Lyón, adversus haereses realizado alrededor del 180, en donde da cuenta por extenso, tanto de esos apócrifos, como de las teorías de los autores antes mencionados.

La primera característica del gnosticismo es el clasismo. Por eso, San Ireneo señala: "Me parece que no quieren entregar manifiestamente estas enseñanzas a todo el mundo, sino solamente a aquellos que son capaces de pagar substanciales recompensas a cambio de tan grades misterios". Y añade que la predicación de Jesucristo fue universal: "Porque estas cosas no son como aquellas de las que Nuestro Señor dijo: ‘Vosotros que habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente’ (Mt 10,8), sino misterios apartados, prodigiosos, profundos, descubiertos con una labor inmensa a todos los amigos de la mentira" (I. 4,3).

Para hacer creíble su doctrina los gnósticos mezclaban textos falsos de la Escritura Santa con textos verdaderos: "Transfieren y transforman y, haciendo una cosa de otra, seducen a muchos por medio del fantasma inconsistente que se forma de las palabras del Señor así acomodadas" ( I. 8,1). Y, más adelante S. Ireneo lo dice con más claridad: "Introducen además subrepticiamente una multitud infinita de Escrituras apócrifas y bastardas, confeccionadas por ellos, para impresionar a los necios y a los que ignoran los escritos auténticos" (I. 20,1).

Los evangelios Apócrifos no funcionaron pues el propio pueblo cristiano los rechazó, como testifica s. Ireneo en pleno siglo II: "Así ocurre al que guarda de manera inalterable en sí la ‘Regla de la Vedad’, que ha recibido por medio de su bautismo; reconocerá los nombres, las frases y las parábolas procedentes de las Escrituras; pero no reconocerá el sistema blasfemo inventado por éstos" (I.9,4).

Una nota más añade S. Ireneo acerca de estos autores y es que se sitúan por encima de los Apóstoles: "Según Marción solamente habrá salvación para aquellas almas que hayan aprendido sus enseñanzas"(I. 27, 3). Y, la consecuencia inmediata: "A partir de los que acabamos de nombrar, han surgido múltiples ramificaciones de multitud de sectas, por el hecho de que muchos de ellos –o por mejor decir de todos- quieren ser unos maestros: abandonando la secta en la que estuvieron y disponiendo una doctrina a partir de otra, después también una tercera a partir de la precedente, se esfuerzan en enseñar de nuevo, manifestándose a sí mismos como inventores del sistema que han construido de esta manera" (I, 28,1).

José Carlos Martín de la Hoz

S. IRENEO DE LYON, Adversus haereses, ed. apostolado mariano, Sevilla 1999


miércoles, 3 de septiembre de 2008

La defensa de la fe en los primeros años

José Carlos Martín de la Hoz

Como es sabido, Jesucristo, antes de ascender al cielo, otorgó a sus Apóstoles el conocido mandato: "
Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; [20] y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).

Entre otras cosas, para el gobierno de la fe del pueblo y para el tratamiento de la herejía, los Apóstoles recordarían, la siguiente afirmación de Jesucristo: "Si pecare tu hermano contra ti, ve y repréndele a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo a uno o dos, para que por la palabra de dos o tres testigos sea fallado todo el negocio. Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano. En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo"(Mt 18, 15-17). Es decir: corrección fraterna, admonestación eclesiástica, y excomunión.

Santo Tomás, al hablar de la pena de excomunión establecida por San Pablo (cfr.I Cor 5, 2.6), para los herejes, recuerda su significado: defender la fe de los débiles. Por tanto aclara que si los cristianos son firmes en la fe, de tal modo que de su comunicación con los infieles pueda esperarse más bien la conversión de éstos que el alejamiento de aquellos de la fe, no debe prohibírseles el comunicar con los infieles que nunca recibieron la fe, con los paganos y judíos, sobre todo si urge la necesidad (Cfr.S.TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, q.10, a.9)

Así fue vivido por la Iglesia. Y los obispos, en el transcurso del tiempo, asumieron con normalidad, el munus regendi, que habían recibido los Apóstoles para gobernar la Iglesia. Dentro del cual, como algo muy preciado, estaba el de defender la verdadera fe. Con la excomunión se abandonaba al hereje en las manos de Dios. Al dejarlo ahí, el Señor estaba afirmando el principio de la libertad y de la confianza: es decir se confía en Dios que puede convertir al pecador, y en que el hereje, separado de la Comunidad Eclesial, pueda reconsiderar su posición, y volver, mediante el arrepentimiento, al seno de la Iglesia.

Es interesante releer el extenso trabajo de San Ireneo de Lyón, adversus haereses realizado alrededor del año 180, en donde da cuenta por extenso, del contenido del gnosticismo. En el Prólogo a la obra dice: "Y de la misma manera que nosotros, para responder a tu deseo ya antiguo de conocer sus enseñanzas, hemos puesto todo nuestro cuidado no sólo en manifestártelas, sino también en suministrarte el medio de probar su falsedad, así también pondrás tú todo tu cuidado en servir a los demás, según la gracia que te ha sido dada por el Señor, para que los hombres no se dejen arrastrar en adelante por la doctrina capciosa de estas gentes, que es como sigue"(Lib.I., prólogo).

La conclusión del libro I es la siguiente: "Desde ahora te está permitido, lo mismo a ti que a todos los que están contigo, ejercitarte en todo lo que hemos dicho anteriormente: en destruir las doctrinas perversas e informes de esas personas y en mostrar que sus opiniones no concuerdan con la verdad" (I, 31,4).

José Carlos Martín de la Hoz

IRENEO DE LYON, Adversus haereses, ed. apostolado mariano, Sevilla 1999


martes, 8 de julio de 2008

Ignorancia

José Carlos Martín de la Hoz Tertuliano en su tratado El apologético redactado en el 197 se dirigió a los magistrados y gobernadores romanos de provincias para reclamar la libertad de culto para los cristianos severamente perseguidos, mediante argumentos que, con el paso de los siglos siguen teniendo frescura y actualidad. Veamos algunos textos. Comienza quejándose amargamente de loa agravios que sufrían los cristianos de su época: “He aquí el primer agravio que ante vosotros formulamos: la injusticia del odio contra el nombre cristiano. El título que parece excusar tamaña iniquidad es precisamente el que la agrava y la prueba, a saber, la ignorancia” (cap.I). Seguidamente, recoge el argumento: “Se vocifera que la sociedad está sitiada por cristianos en el campo, en los poblados fortificados, en las islas; duélense como de una pérdida de que personas de todo sexo, edad, condición y dignidad pasen al nombre cristiano. Mas con todo, no levantan el ánimo a pensar que hay por dentro algún bien latente, no pueden sospechar en algo más recto, no quieren cerciorarse desde más cerca. ¡Sólo aquí se muestra perezosa la humana curiosidad! Aman el ignorar, así como otros se alegran de conocer” (cap.I). ~ Recoge las acusaciones habituales que circulaban entre el vulgo: de estupro, infanticidio, incesto y demás patrañas, para llegar a la acusación central: “No honráis a los dioses, nos decís, y no ofrecéis sacrificios por los emperadores”. A lo que responde con firmeza: “Síguese únicamente que nosotros no sacrificamos por otros, por la misma razón que nos impide sacrificar por nosotros mismos, y que no adoramos a los dioses ni una sola vez. Por eso se nos persigue como a culpables de sacrilegio y de lesa majestad. He ahí el punto capital de nuestra causa, o más bien, esa es toda nuestra causa (…). Dejamos de honrar a vuestros dioses desde el momento que reconocemos no ser tales” (cap. X). Seguidamente se detiene en la contemplación de Dios, de su bondad, belleza, verdad, grandeza para terminar: “Eso es lo que permite comprender a Dios: la imposibilidad de comprenderle. Por donde la potencia de su magnitud le revela y le oculta a la vez a los hombres. Y en esto se resume toda su culpa: en no querer reconocer a Aquél a quien no pueden ignorar”. A continuación, expresa la potencia del hombre para amar a Dios y lo muestra en las vidas de los cristianos para concluir: “¡Oh testimonio del alma naturalmente cristiana!”( cap. XVII). Finalmente, dirige sus ojos al tesoro de la Revelación de Dios en Cristo, contenido en la Escritura y en la Tradición entregada a la Iglesia: “Mas para que lleguemos a un conocimiento más pleno y profundo de sus mandamientos y voluntades nos ha dado además el documento de sus Libros santos, en los que puede el hombre buscar a Dios y, después de haberle buscado, hallarle; y, tras de hallado, creer en El; y, habiendo ya creído, servirle. Para ello envió al mundo desde un principio varones dignos, por su justicia y su inocencia, de conocer a Dios y de darle a conocer; varones inundados por el divino Espíritu para anunciar que no existe sino un solo Dios, el que todo lo creó, el que formó al hombre del barro” (cap.XVIII). José Carlos Martín de la Hoz Para leer más: Vian, Giovanni Maria (2006) La Biblioteca de Dios. Historia de los textos cristianos, Madrid, Cristiandad