miércoles, 17 de septiembre de 2008

Conocer Castilla desde los libros


Diario de un cazador, de Delibes, Miguel

Campos de Castilla, de Machado, Antonio

Los comuneros, de Pérez, Ioseph

La ruta de don Quijote, de Martínez Ruiz, José (Azorín)

Castilla y otras islas, de Del Campo, Jesús

domingo, 14 de septiembre de 2008

Novedades de Septiembre 2008

Los estudios de los hijos, de Gallego Codes, Julio

Trece Runas, de Peinkofer, Michael

Retratos del Medioevo, de Vidal Guzmán, Gerardo

Terror.com, de Merlos, Alfonso

Un largo camino, de Beah, Ishmael

Los obispos y la Inquisición

José Carlos Martín de la Hoz

El catedrático de Teología de la Universidad de Salamanca, Francisco de Vitoria, en sus comentarios a la Suma Teológica de Santo Tomás, resalta la importancia del oficio de regir la Iglesia concedido a los obispos, dentro de las funciones otorgadas por Jesucristo cuando instituyó el Colegio episcopal, junto a la cabeza de la Iglesia, el Romano Pontífice. En esos comentarios subraya, también, las demás funciones, y derechos del Episcopado, el origen divino de sus funciones, etc. Todo ello en plena consonancia con la Tradición de la Iglesia.

Precisamente, ante el auge de la extensión del protestantismo, Vitoria levanta su voz para quejarse de la ignorancia y pasividad de los obispos de su época ante la gravísima situación doctrinal planteada por Lutero: "sólo uno de ellos ha escrito contra los luteranos", dirá refiriéndose al que después sería San Juan Fisher (II-II q.2, a.8, ed Vicente Beltrán de Heredia, Salamanca 1932, p.76).

En esas palabras hay un eco del IV Concilio de Letrán (1215), en el que se recordó a los obispos su obligación de permanecer vigilantes ante la herejía: "Si algún obispo fuese negligente o remiso acerca de la expurgación del fermento de la herejía en su diócesis, cuando apareciesen certezas será depuesto del oficio episcopal y sustituido por otro idóneo que quiera y pueda contrarrestar la herética parvedad" (IV Concilio de Letrán, Const. De haereticis, c.3, COD, p.234).

En la reciente bibliografía sobre la Inquisición española, se está volviendo a resaltar los argumentos de los diputados de las Cortes de Cádiz partidarios de la abolición del Tribunal de la Inquisición, que insistían en la defensa de los derechos de los obispos, conculcados por el Santo Oficio, pues suponía, decían, una merma del munus regendi episcopal.

Conviene recordar los argumentos contrarios a esta postura, como la que refleja el diputado por Valencia, Borul: "con el establecimiento del Santo Oficio no se despojó a los obispos del conocimiento de las causas de herejía: lo que se hizo fue destinar a los inquisidores para que les auxiliaran en este pesado cargo, mandando que junto con los mismos hubieran de sentenciar las que se ofreciesen, y que sus procedimientos se habían dirigido siempre no al castigo, sino a la conversión de los herejes" (cf. F. Martí Gilabert La abolición de la Inquisición en España, p.178).

El 22 de enero de 1813, después de muchos debates y con 90 votos a favor y 60 en contra, las Cortes de Cádiz declararon el Tribunal de la Inquisición incompatible con la Constitución. Un mes después se crearon los tribunales protectores de la fe, bajo la potestad de los obispos. Por tanto, la supresión no existió: sólo se reformó su nombre y parte del procedimiento. Así pues, los obispos nunca renunciaron a su oficio de regir la Iglesia, aunque algunos sólo lean parte de la historia.

José Carlos Martín de la Hoz

Para leer más:

Martí Gilabert, Francisco (1981) La abolición de la Inquisición en España, Pamplona Eunsa..

Martín de la Hoz, José Carlos. Inquisición y tolerancia, en Anales Valentinos 45/97, pp.119-154.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Los Gnósticos

José Carlos Martín de la Hoz

Ediciones Trotta acaba de publicar el segundo volumen de escritos gnosticos. El texto ha sido preparado por Francisco García Bazán. Con este trabajo queda completa la edición de los textos Apócrifos del Evangelio en donde apoyaban sus teorías Simón el Mago, Basílides, Valentín, Marción, etc. Cómo es sabido, la herejía gnóstica surgió con gran fuerza en el siglo II, perdurando en múltiples formas hasta el siglo IV. Sintéticamente se trataba de una tergiversación del Evangelio mezclándolo con teorías filosóficas.

Es interesante releer el extenso trabajo de San Ireneo de Lyón, adversus haereses realizado alrededor del 180, en donde da cuenta por extenso, tanto de esos apócrifos, como de las teorías de los autores antes mencionados.

La primera característica del gnosticismo es el clasismo. Por eso, San Ireneo señala: "Me parece que no quieren entregar manifiestamente estas enseñanzas a todo el mundo, sino solamente a aquellos que son capaces de pagar substanciales recompensas a cambio de tan grades misterios". Y añade que la predicación de Jesucristo fue universal: "Porque estas cosas no son como aquellas de las que Nuestro Señor dijo: ‘Vosotros que habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente’ (Mt 10,8), sino misterios apartados, prodigiosos, profundos, descubiertos con una labor inmensa a todos los amigos de la mentira" (I. 4,3).

Para hacer creíble su doctrina los gnósticos mezclaban textos falsos de la Escritura Santa con textos verdaderos: "Transfieren y transforman y, haciendo una cosa de otra, seducen a muchos por medio del fantasma inconsistente que se forma de las palabras del Señor así acomodadas" ( I. 8,1). Y, más adelante S. Ireneo lo dice con más claridad: "Introducen además subrepticiamente una multitud infinita de Escrituras apócrifas y bastardas, confeccionadas por ellos, para impresionar a los necios y a los que ignoran los escritos auténticos" (I. 20,1).

Los evangelios Apócrifos no funcionaron pues el propio pueblo cristiano los rechazó, como testifica s. Ireneo en pleno siglo II: "Así ocurre al que guarda de manera inalterable en sí la ‘Regla de la Vedad’, que ha recibido por medio de su bautismo; reconocerá los nombres, las frases y las parábolas procedentes de las Escrituras; pero no reconocerá el sistema blasfemo inventado por éstos" (I.9,4).

Una nota más añade S. Ireneo acerca de estos autores y es que se sitúan por encima de los Apóstoles: "Según Marción solamente habrá salvación para aquellas almas que hayan aprendido sus enseñanzas"(I. 27, 3). Y, la consecuencia inmediata: "A partir de los que acabamos de nombrar, han surgido múltiples ramificaciones de multitud de sectas, por el hecho de que muchos de ellos –o por mejor decir de todos- quieren ser unos maestros: abandonando la secta en la que estuvieron y disponiendo una doctrina a partir de otra, después también una tercera a partir de la precedente, se esfuerzan en enseñar de nuevo, manifestándose a sí mismos como inventores del sistema que han construido de esta manera" (I, 28,1).

José Carlos Martín de la Hoz

S. IRENEO DE LYON, Adversus haereses, ed. apostolado mariano, Sevilla 1999


miércoles, 3 de septiembre de 2008

La defensa de la fe en los primeros años

José Carlos Martín de la Hoz

Como es sabido, Jesucristo, antes de ascender al cielo, otorgó a sus Apóstoles el conocido mandato: "
Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; [20] y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).

Entre otras cosas, para el gobierno de la fe del pueblo y para el tratamiento de la herejía, los Apóstoles recordarían, la siguiente afirmación de Jesucristo: "Si pecare tu hermano contra ti, ve y repréndele a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo a uno o dos, para que por la palabra de dos o tres testigos sea fallado todo el negocio. Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano. En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo"(Mt 18, 15-17). Es decir: corrección fraterna, admonestación eclesiástica, y excomunión.

Santo Tomás, al hablar de la pena de excomunión establecida por San Pablo (cfr.I Cor 5, 2.6), para los herejes, recuerda su significado: defender la fe de los débiles. Por tanto aclara que si los cristianos son firmes en la fe, de tal modo que de su comunicación con los infieles pueda esperarse más bien la conversión de éstos que el alejamiento de aquellos de la fe, no debe prohibírseles el comunicar con los infieles que nunca recibieron la fe, con los paganos y judíos, sobre todo si urge la necesidad (Cfr.S.TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II, q.10, a.9)

Así fue vivido por la Iglesia. Y los obispos, en el transcurso del tiempo, asumieron con normalidad, el munus regendi, que habían recibido los Apóstoles para gobernar la Iglesia. Dentro del cual, como algo muy preciado, estaba el de defender la verdadera fe. Con la excomunión se abandonaba al hereje en las manos de Dios. Al dejarlo ahí, el Señor estaba afirmando el principio de la libertad y de la confianza: es decir se confía en Dios que puede convertir al pecador, y en que el hereje, separado de la Comunidad Eclesial, pueda reconsiderar su posición, y volver, mediante el arrepentimiento, al seno de la Iglesia.

Es interesante releer el extenso trabajo de San Ireneo de Lyón, adversus haereses realizado alrededor del año 180, en donde da cuenta por extenso, del contenido del gnosticismo. En el Prólogo a la obra dice: "Y de la misma manera que nosotros, para responder a tu deseo ya antiguo de conocer sus enseñanzas, hemos puesto todo nuestro cuidado no sólo en manifestártelas, sino también en suministrarte el medio de probar su falsedad, así también pondrás tú todo tu cuidado en servir a los demás, según la gracia que te ha sido dada por el Señor, para que los hombres no se dejen arrastrar en adelante por la doctrina capciosa de estas gentes, que es como sigue"(Lib.I., prólogo).

La conclusión del libro I es la siguiente: "Desde ahora te está permitido, lo mismo a ti que a todos los que están contigo, ejercitarte en todo lo que hemos dicho anteriormente: en destruir las doctrinas perversas e informes de esas personas y en mostrar que sus opiniones no concuerdan con la verdad" (I, 31,4).

José Carlos Martín de la Hoz

IRENEO DE LYON, Adversus haereses, ed. apostolado mariano, Sevilla 1999


lunes, 1 de septiembre de 2008

Sugerencias del mes de septiembre

Los mitos actuales al descubierto, de Barraycoa, Javier

La Paradoja, de Hunter, James C.

Camino de Servidumbre, de Hayek, Friedrich A.

Diario de un pontificado, de Restán, José Luis

Cuentos de Hadas, de Perrault, Charles

Decadencia y Esperanza

José Carlos Martín de la Hoz

Con este sugerente título el Prof. Gómez Pérez desarrolla una cuestión de perenne actualidad: la decadencia que acaece a las personas y a las culturas. Un hecho ya constatado desde la Antigüedad.

El problema, desde la antigüedad está en la decadencia. Las culturas y las sociedades caen en decadencia. Pero, como ha recordado recientemente el Papa Benedicto XVI: "Donde hay campeones de la vida cristiana, santos, hay contagio. Donde hay santos, surgen nuevos santos". Decía hace unos años un viejo historiador que "España es como el rey Midas: todo lo que toca entra en decadencia". Y, para ilustrarlo, recordaba la serie de monedas de oro que los monarcas españoles enviaron a Roma para el embellecimiento de la Basílica de Santa María la Maggiore. Felipe II, envió monedas de oro macizo, Felipe III oro con menos ley y, finalmente, Felipe IV plomo con un barniz de oro.

Desde la Antigüedad los pensadores interpretaron el devenir de las civilizaciones y su historia, como tendente a la decadencia. Tertuliano y otros autores de los primeros siglos de nuestra era, recogieron ese concepto pesimista clásico y le dieron la forma de las etapas de la vida: nacimiento, desarrollo y muerte.

San Cipriano en el siglo IV, estimaba que esa decadencia de las culturas y civilizaciones era normal y que sucedería hasta el final de los tiempos. También, añadía, le sucederá a la Iglesia, en cuanto compuesta por hombres y, por tanto, estará necesitada de santos que la renueven constantemente.

Así pues el concepto cristiano de la historia muestra como la luz del Evangelio, por una parte sustenta la vida de los hombres estén en la fase que estén, y, por otra, que Dios provee también en cada etapa de la historia de un grupo de cristianos santos que devuelvan la esperanza y hagan surgir nuevas culturas. Benedicto XVI resalta en su libros sobre Jesús de Nazaret: "El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al infierno, no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino co-padeciendo y con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo" (p.42).

La esperanza está en Dios y en la fuerza transformadora de la gracia de Dios que viene a través de la oración y de los sacramentos otorgados por Cristo a la Iglesia. En ellos el hombre y las culturas se rehacen con la perenne juventud del Amor de Dios. De paso, los hombres y las civilizaciones se sacuden el yugo de las pasiones y de los acostumbramientos. En esa tarea estamos involucrados los hombres y mujeres de cada generación. Eso sí, podemos estar en el bando de los mediocres o en el bando de los renovadores, todo depende del sentido y orientación que, con la gracia de Dios, demos a nuestras vidas.

José Carlos Martín de la Hoz

Benedicto XVI-Joseph RATZINGER, Jesús de Nazaret, ed. Esfera de los libros, Madrid 2007, 447 pp

Rafael GÓMEZ PÉREZ, Decadencia y esperanza, ed. Rialp, Madrid 2007, 184 pp.