miércoles, 18 de junio de 2008

La discreción de María

Ángel Cabrero Ugarte

Aprendemos muchas cosas del repaso del evangelio. Bien sabemos que tiene muchas lecturas, de distinto nivel de atención o conocimientos. Un aspecto muy concreto en el que me gusta fijarme es en la discreción de la Virgen. Pongámonos en situación: una mujer muy joven, que vive en una aldea perdida, muy pobre, que está desposada pero todavía no casada, y que de pronto se encuentra con que va a ser la Madre de Dios. Supongamos que no tiene una idea totalmente formada de quien es ese hijo que va a nacer, pero sí sabe, a ciencia cierta, que está embarazada y que no ha sido por obra de varón. ¡Y no se lo dice a nadie! Ni a José.

Podemos pensar en la tendencia tan tremenda que existe en nuestro ambiente al cotilleo, a dar la noticia cuanto antes, a contarlo todo, incluso hinchando un poco el contenido de la novedad. Un deseo de contar basado en buena medida en la vanidad de darme importancia. “Yo me he enterado de esto” y tengo que decirlo cuanto antes. O sea, un afán inútil de novedades.

María va visitar a su prima Isabel para ayudarla, y se encuentra con que ella conoce la noticia. Se sorprende y no se le ocurre más que un canto de humildad: “Porque vio la humildad de su esclava, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Y de ahí no pasa. No trasciende entre los vecinos de Isabel, que sí están maravillados por los hechos poco normales que rodean el nacimiento de Juan el Bautista. Pero María se mantiene en el anonimato, compartiendo su alegría y su secreto sólo con su prima.

¡Qué afán el nuestro de contar, de decir, de marcarnos el farol! De narrar la última sobre el vecino del 6º que es un poco extravagante. Comunicar antes que nadie las mejoras que se van a realizar en el barrio, o los cambios de los jefes en el trabajo. Y si me quitan la primicia me molesta. Nos estamos contagiando de la carrera mediática por ofrecer la última en cualquier campo, aún a costa de la inoportunidad o incluso de hacer daño a terceros.

María conoce la noticia más grande que han celebrado los tiempos y “guardaba todas estas cosas en su corazón” como nos dice San Lucas. ¿Es posible una actitud más distante a la nuestra con tanto afán de correveidile? Tanto deseo de notoriedad en contraste con la humildad de María, que es la más perfecta de las criaturas, la madre de Dios.

No digamos ya cuando se trata de criticar, de murmurar, de calumniar. Pensamos que somos tan listos y tenemos tantos datos que estamos en condiciones de enjuiciar a todo el mundo, cuando en realidad no sabemos casi nada. Ante la duda nos quejamos de cómo hacen las cosas los demás, murmurando en los pasillos en los descansos del trabajo, en las reuniones de vecinos. Y lo que es más terrible, calumniamos para dejar mal a alguien, para hacer daño, para quedar por encima.

Como todas las virtudes, la discreción exige esfuerzo y lucha, y se aprende poco a poco, pero hay que empezar por tener clara su conveniencia. Para ello no nos vendrá mal fijarnos más en aquella que tenía la gran noticia y no la contó nunca.

Ángel Cabrero Ugarte

Radio Intereconomía, 20 de junio de 2008, 20,25 horas.
Para leer más:

Lewis, C.S. (1998) El perdón y otros ensayos cristianos, Barcelona, Andrés Bello
Benedicto XVI (2006) Deus caritas est, Madrid, Palabra
Pieper, Josef (2003) Las virtudes fundamentales, Madrid, Rialp
Martí García, Miguel Ángel (2001) La tolerancia, Pamplona, Eiunsa

No hay comentarios: