José Carlos Martín de la Hoz Tertuliano en su tratado El apologético redactado en el 197 se dirigió a los magistrados y gobernadores romanos de provincias para reclamar la libertad de culto para los cristianos severamente perseguidos, mediante argumentos que, con el paso de los siglos siguen teniendo frescura y actualidad. Veamos algunos textos. Comienza quejándose amargamente de loa agravios que sufrían los cristianos de su época: “He aquí el primer agravio que ante vosotros formulamos: la injusticia del odio contra el nombre cristiano. El título que parece excusar tamaña iniquidad es precisamente el que la agrava y la prueba, a saber, la ignorancia” (cap.I). Seguidamente, recoge el argumento: “Se vocifera que la sociedad está sitiada por cristianos en el campo, en los poblados fortificados, en las islas; duélense como de una pérdida de que personas de todo sexo, edad, condición y dignidad pasen al nombre cristiano. Mas con todo, no levantan el ánimo a pensar que hay por dentro algún bien latente, no pueden sospechar en algo más recto, no quieren cerciorarse desde más cerca. ¡Sólo aquí se muestra perezosa la humana curiosidad! Aman el ignorar, así como otros se alegran de conocer” (cap.I). ~ Recoge las acusaciones habituales que circulaban entre el vulgo: de estupro, infanticidio, incesto y demás patrañas, para llegar a la acusación central: “No honráis a los dioses, nos decís, y no ofrecéis sacrificios por los emperadores”. A lo que responde con firmeza: “Síguese únicamente que nosotros no sacrificamos por otros, por la misma razón que nos impide sacrificar por nosotros mismos, y que no adoramos a los dioses ni una sola vez. Por eso se nos persigue como a culpables de sacrilegio y de lesa majestad. He ahí el punto capital de nuestra causa, o más bien, esa es toda nuestra causa (…). Dejamos de honrar a vuestros dioses desde el momento que reconocemos no ser tales” (cap. X). Seguidamente se detiene en la contemplación de Dios, de su bondad, belleza, verdad, grandeza para terminar: “Eso es lo que permite comprender a Dios: la imposibilidad de comprenderle. Por donde la potencia de su magnitud le revela y le oculta a la vez a los hombres. Y en esto se resume toda su culpa: en no querer reconocer a Aquél a quien no pueden ignorar”. A continuación, expresa la potencia del hombre para amar a Dios y lo muestra en las vidas de los cristianos para concluir: “¡Oh testimonio del alma naturalmente cristiana!”( cap. XVII). Finalmente, dirige sus ojos al tesoro de la Revelación de Dios en Cristo, contenido en la Escritura y en la Tradición entregada a la Iglesia: “Mas para que lleguemos a un conocimiento más pleno y profundo de sus mandamientos y voluntades nos ha dado además el documento de sus Libros santos, en los que puede el hombre buscar a Dios y, después de haberle buscado, hallarle; y, tras de hallado, creer en El; y, habiendo ya creído, servirle. Para ello envió al mundo desde un principio varones dignos, por su justicia y su inocencia, de conocer a Dios y de darle a conocer; varones inundados por el divino Espíritu para anunciar que no existe sino un solo Dios, el que todo lo creó, el que formó al hombre del barro” (cap.XVIII). José Carlos Martín de la Hoz Para leer más: Vian, Giovanni Maria (2006)
La Biblioteca de Dios. Historia de los textos cristianos, Madrid, Cristiandad
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