martes, 1 de julio de 2008

Un año paulino

Ángel Cabrero Ugarte Su Santidad el Papa Benedicto XVI ha convocado para toda la Iglesia un año conmemorativo del dos mil aniversario del nacimiento de San Pablo, que comienza este domingo, solemnidad de los apóstoles. Es la ocasión para fijarnos en este hombre, llamado el Apóstol, por excelencia, a pesar de no ser uno de los 12, pero sí un discípulo "por vocación". Por los datos que tenemos y por las descripciones de los diversos autores conjeturando a partir de ellos, nos hemos hecho una idea, una figura, de un hombre más bien bajito, calvo, algo tartaja. Diríamos que no muy atrayente, nada mediático según los cánones de ahora. Y sin embargo con una fuerza de persuasión extraordinaria. ¿Qué tenía este hombre tan distinto que imantaba a las personas que le escuchaban? San Pablo era un hombre convencido, coherente hasta el extremo, que pasa de perseguidor de los cristianos, por su celo como judío, al amor de Cristo que le lleva a una entrega heroica a los demás hombres. Una conversa rusa, Tatiana Góricheva decía que "un cristianismo sin exigencias radicales se convierte en utilitarista". San Pablo, sin duda, estaría de acuerdo con esta opinión. Era un hombre radical. Y radical no es equivalente a violento. El radical, según el diccionario, es "partidario de reformas extremas", y también viene de fundamentar, de raíz. Es sin duda lo que se pretende de un cristiano de hoy, según los tiempos que corren, como era imprescindible en los tiempos en que el Apóstol predicó por muchos lugares. La predicación de Cristo no puede ser mediocre o tibia: ha de ser radical, que nos lleva a la raíz y que supone reformas extremas. Desde luego eran imprescindibles en el momento en que los primeros cristianos mostraron a las gentes una idea nueva, en casi todo el mundo conocido, pero también ahora, en el nuestro, donde el sentido cristiano ha desaparecido de la sociedad y, en buena medida, de la familia. San Pablo era un hombre convencido, enérgico, movido por el amor. Y eso le costó mucho sufrimiento. Como el dirá a los corintios (II Cor 11, 24-28): "Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias". Eso es lo que le mueve, la preocupación por los demás; observamos con admiración la eficacia de un solo hombre entregado, y pensamos, esa es una de las enseñanzas de este año paulino, en la eficacia de nuestra vida cuando es santa, llena de Dios y de preocupación sincera por los que se han olvidado de Jesucristo.

Ángel Cabrero Ugarte

Para leer más:

Dreyfus, Paul (2007) Pablo de Tarso. Ciudadano del Imperio, Madrid, Palabra
Herranz, Mariano (2008) San Pablo en sus cartas, Madrid, Encuentro
Decaux, Alain (2005) El aborto de Dios, Madrid, Apóstrofe Wohl, Louis de (2003) El mensajero del rey, Madrid, Palabra

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