sábado, 23 de agosto de 2008

El monacato

José Carlos Martín de la Hoz

El reciente y documentado trabajo de Antonio Linage sobre el monacato, pone de relieve la importancia y la trascendencia de esa benemérita institución que perdura con muchos frutos en nuestros días. En cuanto a los orígenes inmediatos del monaquismo, se han dado muchas interpretaciones. Para los historiadores de la espiritualidad, sus raíces están en la Sagrada Escritura, en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia y, en último caso, en el impulso del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y mueve a los cristianos a la búsqueda de la santidad.

Por una parte, convendría resaltar el elemento dinamizador y de tensión espiritual que supusieron las persecuciones. Las huidas provocadas por esas persecuciones, hicieron a algunos descubrir en el desierto su camino para encontrar a Dios. Así interpretó San Jerónimo la vocación eremítica de San Pablo de Tebas, que se refugió en el desierto en tiempos de la persecución de Decio (hacia el 250). Además, el recuerdo de las persecuciones y la doctrina de los Padres sobre el martirio influyeron también en el deseo de ser mártires incruentos.

Por otra parte, al cesar las persecuciones, por la paz de Constantino (313), la Iglesia recibió miles de fieles en poco tiempo. Eso hizo que, en algunos lugares, se perdiera fuerza espiritual en la transmisión del mensaje y profundidad en la catequesis. Esta caída de tensión espiritual la resume Orígenes con toda claridad: "en aquél entonces había pocos creyentes, pero eran creyentes verdaderos, que seguían el camino estrecho que conduce a la vida. Ahora son muchos, pero como los elegidos son pocos, pocos son los dignos de elección y de la bienaventuranza". Por otra parte el siglo III fue un periodo de crímenes y de corrupción moral, con gran burocracia, tiranía -decadencia del Imperio- y, frente a ello, el recuerdo de la primitiva comunidad de Jerusalén de la que atraía su fe inquebrantable y su santidad de vida. Con el paso de los años empezó a hablarse de la necesidad de una vuelta a los orígenes, de la necesidad de una Iglesia santa. Esta sería otra de las raíces del auge del monaquismo.

Ante la abrumadora cifra de miles de cristianos que siguieron este camino, se han levantado voces acerca de la veracidad de esas vocaciones, y de si pudieron influir en ellas causas económicas, huída de responsabilidades y problemas. Es claro que el tiempo y el rigor de esa vida nueva, lejos de toda comodidad, pondría a prueba prontamente esas vocaciones y que sólo los que contaron con la gracia de Dios, y correspondieron a ella perseverarían.

Además, conviene resaltar que los primeros monjes no tenían sensación de ser especiales, ni mejores que los cristianos que se quedaban en el mundo. Por eso comenta el Profesor Pablo Maroto: "no había dos vocaciones diversas, dos caminos de santidad en sentido riguroso, una para los monjes y otra para los laicos, sino que la perfección es única: la del Evangelio. Los monjes son los que se han mantenido fieles al ideal evangélico y para ello habían tenido que rodearlo de estructuras. No obstante, un grave riesgo amenazaba la espiritualidad cristiana: considerar a los monjes -y sólo a ellos- constituidos en un estado de perfección".

José Carlos Martín de la Hoz

Linage Conde, Antonio (2007) La vida cotidiana de los monjes de la Edad Media, Madrid, Universidad Complutense,

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